Las manifestaciones de la religiosidad popular en la República Dominicana son tan variadas como las raíces culturales de nuestro país. Lo africano, lo europeo y lo indígena se funden en un todo abarcador conformando un portal de comunicación con los espíritus ancestrales de tan variadas tradiciones culturales.
La misma expresión de la dominicanidad es un resultado de este crisol racial y cultural donde atabales, rezos, y danzas dan vida y forma a nuestro folclor, tomando cuerpo en diversas partes del país y entre distintos grupos de personas.
Las formas clásicas de la religiosidad popular son las diferentes formas de devoción vinculadas a los santuarios (sobre todo las peregrinaciones), las fiestas patronales, las procesiones, las diversas formas de culto a los santos, las bendiciones, las variadas manifestaciones de culto y de folclor religioso (que a menudo, como es sabido, constituyen hechos palpables de cultos paganos, a veces disfrazadas muy superficialmente de ingredientes cristianos).La misma expresión de la dominicanidad es un resultado de este crisol racial y cultural donde atabales, rezos, y danzas dan vida y forma a nuestro folclor, tomando cuerpo en diversas partes del país y entre distintos grupos de personas.
Respecto a las formas oficiales de culto, la religiosidad popular se caracteriza sobre todo por unos gestos más intensos, de mayor implicación emotiva, de un sentido más fuerte de la fiesta; se encuentra a menudo un vínculo profundo entre la religión y los problemas concretos del grupo humano. Existe además una forma “mixta”: un modo popular de usar la religión tradicional de manera eminentemente supersticiosa y propiciatoria.
También son evidentes los límites y los riesgos de este tipo de religiosidad, que pueden sintetizarse en la tendencia a utilizar lo sagrado de manera formal y autotranquilizante, a menudo con resabios mágicos.
Según el notable folclorista dominicano, Fradique Lizardo, la cultura dominicana se basa, fundamentalmente, en la conformación de dos culturas madres: la española y la africana. La expresión africana que más sobresale en la cultura dominicana se expresa en la música de Palos o Atabales, también llamada bambulá o quiyombo. Esta tradición musical, más notable en el área de Villa Mella, usa en sus ritos religiosos y celebraciones seculares instrumentos mayormente de percusión.
Entre ellos sobresale un variado número de tambores. Estos instrumentos clasificados como membranófonos, tubulares y cilíndricos son de un solo parche o cuero, y se tocan en juegos de dos o tres.
Además se construyen de diferentes tamaños utilizando maderas blandas o fáciles de ahuecar, aunque en algunas ocasiones se usan troncos ya huecos por pájaros carpinteros o por termitas. Esta familia de instrumentos de percusión son muy semejantes a la tambora brasileña usada en ceremonias de Macumba y a la tumbadora de Cuba.
Música y bailes
Tal vez la mayor influencia del esclavo africano se observe en la música y baile. Tal influencia se origina en las danzas, que como la Calenda, se practicaban en Santo Domingo, como en otros lugares de América, desde los años iniciales de la esclavitud.
Uno de los más generalizados de todos es los palos, nombre con que se designa tanto al ritmo como a los membranófonos utilizados. Ritmos nacionales de obvia impronta africana son la Sarandunga, los congos, la jaiba, el chenche, etc. La salve, que al decir de la etnomusicóloga norteamericana Martha Davis, es la más típica de los géneros tradicionales dominicanos.
La música popular dominicana está íntimamente ligada a la cultura religiosa, y se interpreta sobre todo en las llamadas Fiesta de Santos, conocidas también, según la zona del país, como velaciones, velas o noches de vela. Otros ritmos populares son de evidente origen español, como la mangulina y el carabiné.
Una gran variedad de ritmos autóctonos constituye el patrimonio étnico de los dominicanos, como totalidad de razas. Salves, ga-gá, Convites, y todas derivaciones regionales.
Las creencias mágico-religiosas dominantes entre las capas campesinas y populares dominicanas reflejan el sincretismo cristiano-africano operado desde los tiempos de la colonia. El vudú dominicano es de obvia procedencia haitiana, pero sus rasgos y complejos se muestran degradados en Santo Domingo.
Al panteón vuoduísta criollo se han incorporado muchas divinidades o Loas nativos. El rasgo más característico del vudú dominicano es el que lo relaciona directamente con la actividad mágica. Las correspondencias entre los loa y los santos católicos son similares a las haitianas.
Entre los famosos
Declarado por la Secretaría de Estado de Cultura como “Patrimonio Cultural de la República Dominicana”, el Festival de Palos de Sainaguá, que se celebra cada año en San Cristobal durante el último fin de semana de noviembre, inició en 1973, y hoy es la más grande fiesta de palos del país. Los objetivos de este encuentro de palos, salves, gagá, sarandunga, guloya, congo, chuines, fusiones, bailes folclóricos, son: mantenimiento, defensa y promoción de valores culturales e históricos, recursos naturales e identidad criollos, difundiendo con expresiones artísticas, educativas y recreativas lo esencial del alma dominicana.
La religiosidad popular no es brujería
El animador cultural Roldán Mármol explica que este tipo de práctica religiosa no tiene nada que ver con ritos paganos como la brujería. Expresa que es una manera distinta de practicar la fe, cuyo centro, al igual que en otras religiones, es Dios. Aquí existen los santos como mediación, a los que se le llaman Ser, Luá o Divinidad.
Anaisa o Santa Ana, San Miguel, La Metreslí o Dolorosa, Belié, La Virgen de la Altagracia, Santa Martha (La dominadora), son de las divinidades más adoradas dentro de la religión popular. “Hay personas que utilizan su capacidad de energía para hacer el mal, pero por lo general los practicantes de este tipo de religión claman por su bienestar y por las necesidades de los demás”, dijo Roldán.
Anaisa o Santa Ana, San Miguel, La Metreslí o Dolorosa, Belié, La Virgen de la Altagracia, Santa Martha (La dominadora), son de las divinidades más adoradas dentro de la religión popular. “Hay personas que utilizan su capacidad de energía para hacer el mal, pero por lo general los practicantes de este tipo de religión claman por su bienestar y por las necesidades de los demás”, dijo Roldán.