16 enero 2011

NACIERON CIEGOS Y HAN TENIDO QUE SORTEAR PRECARIEDADES

                    
En La Celestina, una comunidad del distrito municipal El Rubio, del municipio San José de las Matas, a la que llegó la energía eléctrica hace apenas cinco años y donde hasta 1998 obtenían agua con un molino de viento, les tocó nacer con ayuda de parteras a Onofre, Daniel, Darío y José, cuatro hermanos no videntes de una prole de 11 (ocho hombres y tres mujeres) engendrados por Domínica y Francisco Gómez. Aunque comparten el apellido, Domínica y Francisco no son familia.
El defecto congénito de los hermanos, que los médicos diagnosticaron como retinitis, les viene por herencia paterna, pues Francisco tenía dos tías no videntes.
Onofre, el primogénito, fue también el primero en presentar la enfermedad.

Los siguientes cuatro no presentaron problemas y luego nacieron Daniel y José, les sig u i e r o n o t r o s dos con excelentes condiciones y más tarde Darío, que ya tiene 40 años. Doña Domínica se dio cuenta de la condición de Onofre y más tarde sabría cuál de ellos padecería la enfermedad cuando, a los pocos días de nacidos, sacaba a los niños a tomar el sol.
“En lugar de cerrar los ojos como hacen los bebés cuando les da la claridad, mis hijos los abrían muchísimo, como intentando buscar algo entre la luz”, cuenta.
Cuando la experiencia se repitió cuatro veces, lo único que a Domínica se le ocurrió fue pedirle a Dios que hiciera algo. “Son cosas que Dios le manda a uno a ver si se conforma, porque nunca en mi vida pensé en prepararme para no tener más hijos”, confiesa.
  TOMAN CON BUEN ÁNIMO LA CONDICIÓN 
Si se les mira de repente, los hermanos Gómez, de buen porte y ojos verdes y azules, no parecen que estuvieran ciegos.
Aseguran que si hay mucho sol y alguien se les acerca pueden distinguir el bulto, una sombra espesa, pero nada más. Los médicos, lamentan, han descartado una mejora de su retinitis y ellos se han resignado a su condición.
Viven todos en Celestina, donde les quieren y respetan. “Lo más difícil fue acoplar el movimiento al caminar, porque si caes en un hoyo cambia todo, pero no nos acomplejamos, bregamos con esto; de chiquitos, si había que jugar pelota jugábamos, si los otros se iban al río nosotros también”, indica Darío.
Juegan dominó tentando las fichas, bailan, marcan los celulares siguiendo el orden de las teclas y tocan instrumentos musicales. Lo único que se les resiste son las barajas.
Sin embargo, con todo y que se sentían capaces de realizar muchas actividades y de llevar una vida de mucho trabajo pero sin mayores contratiempos, había algo que a los hermanos Gómez les costaba aceptar.
“Sabíamos que podíamos enamorarnos pero no casarnos”, dicen Darío y José. De hecho los hermanos se enamoraban mucho. Al final se decidieron y tres de ellos se casaron. Sólo el mayor permanece soltero. Como una bendición que consideran divina, los tres tienen hijos y ninguno presenta la condición de los padres.
Lecciones de superación  
Los esposos Francisco y Domínica Gómez, de 81 y 75 años, tienen 54 años de casados (“ni siquiera nos hemos mal mirado”, dice ella) y han vivido toda su vida en La Celestina.
La pareja se siente orgullosa de la crianza que les dieron a sus cuatro hijos no videntes.
Los prepararon para el trabajo y los motivaron a ser autosuficientes.
“Hemos hecho de todo – cuentan animados los hermanos–.
A los tres años nos enseñaron a torcer la soga para coser los serones que usaban los burros, hacíamos escobas de guano y ‘jalábamos’ cabuya con las manos”, explica Darío. Su papá dice que se los llevaba a los últimos cortes de labranza y su mamá a lavar al río. En 1993, el Patronato de Ciegos les dio lecciones de rehabilitación, les enseñó a utilizar el bastón y luego les ayudó a conseguir un préstamo, con el que habilitaron una granjita de gallinas ponedoras.
“Hacíamos todo el trabajo de la granja y salíamos a vender los huevos; se nos hacían zanjas en la cabeza porque llevábamos hasta 500 huevos en una caja. En una Semana Santa todas las gallinas se enfermaron y murieron”, sigue José.
Entonces se decidieron por la crianza de pollos de consumo y a eso se dedican desde hace 16 años.
Si se preguntan cómo se las ingenian para llevar la contabilidad y evitar que los engañen, los hermanos tienen sus trucos financieros y en asuntos delicados se hacen acompañar por un familiar vidente. Tienen muy buena memoria y son muy solidarios.
Participaron en su fundación y presidieron la Cooperativa Agropecuaria La Celestina, se fajaron en la construcción de un acueducto de 34 kilómetros para la comunidad y son los abanderados de los problemas y necesidades de los moradores.
 SU HISTORIA
Servirá de inspiración a más de uno. Darío conoció a Lali (Mercedes Milagros Moronta) a través del Patronato de Ciegos. Su primer contacto fue por teléfono, luego se hicieron novios. Ella es de La Vega y desde La Celestina, a 30 kilómetros del centro de San José de las Matas, se trasladaba Darío para verla. Lali presenta una condición especial. No es ciega de nacimiento, pero sufrió de glaucoma y a los ocho años perdió un ojo accidentalmente al chocar con una palometa. El accidente le provocó un tumor  y perdió la visión completa en 1999. Ya no podía montar pasola ni ver las novelas que tanto le gustaban. Antes de la última operación, su hermano Miguel le había dicho que le regalaría tres televisores para que las viera todas al mismo tiempo. No fue necesario.
La última intervención coincidió con la muerte de su mamá y Lali sufrió mucho. Más tarde decidió seguir su vida como siempre, aunque estaba convencida de que, por su condición, “me iba a quedar jamona”, nos cuenta.
Pero no fue así. Lali encontró consuelo en la familia de Darío, se casaron y, por amor, dejó a su familia y se mudó a La Celestina. Una felicidad amarga se apoderó de la pareja cuando Lali quedó embarazada hace seis años. ¿Qué pasaría? ¿Nacería el bebé con retinitis? ¿Cómo sería la vida de una familia ciega? La criatura no es varón ni nació con retinitis.
María Teresa no abrió los ojos cuando la sacaron al sol: los cerró. Y Lali y Darío, que supieron que no tendría problemas visuales, respiraron aliviados. Despierta, con una madurez que asombra, la pequeña es el mejor lazarillo de sus padres. Ella los guía dentro y fuera de su casa, una tarea que realiza con gusto y de la opina, sin reír: “Ellos saben que siempre estaré con ellos para ayudarlos”.

 
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